La comunicación es la forma más eficaz de conocer a los demás: saber qué les ocurre, cuáles son sus opiniones, qué les interesa, qué necesitan. Es, por tanto, una herramienta enormemente útil para la convivencia en la familia, en pareja, en el trabajo. Con ella conseguimos ayuda, expresamos nuestros sentimientos, decimos lo que nos molesta y lo que nos gusta de los demás, proponemos ideas, lideramos, confortamos y millones de cosas más.
Todo esto está a nuestro alcance si sabemos cómo expresarlo. En ocasiones, creemos estar comunicando algo pero no es ese el mensaje que le llega a la otra persona porque fallamos en lo que decimos o cómo lo decimos.
A medida que sigues leyendo piensa en tu hijo o hija, en ese compañero de trabajo, en tu hermano o hermana, en tu pareja e imagínate aplicándolo a esa persona.
“Escuchador” profesional
Un paso previo a la buena comunicación es escuchar activamente. Solo así conoceremos a la otra persona y podremos decidir qué decirle. Para que nuestra escucha se convierta en escucha activa tenemos que prestar total atención a la persona que nos habla, dejando a un lado el resto de tareas. Es decir, apartar por un momento todo lo demás para focalizar nuestros esfuerzos en descubrir qué quieren decirnos.
Mientras la otra persona está hablando, no la interrumpimos, ya llegará nuestro turno. Tampoco juzgamos lo que nos dice “metiendo” comentarios. Queremos que se sienta escuchado, que sepa que valoramos lo que tiene que decir. Cuando acabe de hablar, asegúrate de que has entendido el mensaje. Si no es así, este es el momento de hacer preguntas para aclarar nuestras dudas.
Además de qué dice fíjate en cómo lo dice, en las emociones que hay detrás de las palabras. Esto ayuda a entender mejor a la otra persona.
Mi turno de palabra
Ahora soy yo quien quiere hablar. Antes de nada tengo que preguntarme si es ellugar y el momento adecuados para expresar lo que quiero decir y que la otra persona capte el mensaje. Por ejemplo, decirle a mi hijo que ya es hora de que limpie su cuarto estando sus amigos delante o hablar con mi pareja de las vacaciones mientras conduce.
También es conveniente adaptar la forma de expresarme según la persona a la que me dirijo. Parece bastante obvio que no le hablaré igual a mi hijo de 7 años que a mi nuevo compañero de trabajo de 27. Tampoco hablaré igual con todos mis compañeros de trabajo ni con todos mis hermanos, puesto que cada uno de ellos tiene sus peculiaridades. Si hemos sabido escucharles les conoceremos lo suficiente como para saber cuál es la mejor forma de dirigirnos a cada uno de ellos.
Por otra parte, es muy importante ser consciente de cómo me expreso. ¿Mi tono de voz se corresponde con lo que quiero decir? ¿Mi postura es amenazante? ¿Qué gestos hago cuando hablo? ¿Señalo, muevo mucho los brazos, frunzo el ceño…? La forma en que digo algo puede cargarse todo el contenido. Si pido un favor levantando la voz será menos probable que la otra persona quiera ayudarme. Si le digo a mi hijo que haga los deberes sin apartar la vista del periódico y con un tono de voz desinteresado, no entenderá que es importante.
Lo que de verdad quiero decir
Muchas veces nos vamos por las ramas de lo que realmente queremos decir. Acabamos sacando situaciones del pasado (Ya estamos como aquella vez que…), atacando a la otra persona (Si no fueras tan vago…) o reprochándole cosas que nos molestan (Pues tú…).
Una buena comunicación incluye 3 elementos: lo que quiero o lo que me molesta de la otra persona, mis sentimientos y las consecuencias.
En primer lugar, expreso lo que quiero de la otra persona (Me gustaría que…) o lo que me ha molestado (Cuando tú haces/dices…). Tengo que ser preciso, no vale decir algo ambiguo y generalista como Cuando me hablas mal o Me gustaría que fueras mejor compañero. He de saber lo que quiero antes de ponerle palabras.
En segundo lugar, expreso cómo me siento yo al respecto: me hace sentir desgraciado, me parece que no me valoras, tu padre y yo estamos orgullosos, siento que me aprecias.
Por último, las consecuencias. Si estoy pidiendo algo a la otra persona, las consecuencias serán lo que consiga si lo hace (te tendremos más en cuenta en el equipo, ayudarás a papá y a mamá, elegirás postre, seré más feliz). Mientras que si estoy expresando algo que me ha molestado, las consecuencias serán pedir un cambio a la otra persona (a partir de ahora, por favor, no llegues tarde, te agradecería que me preguntaras cómo me ha ido al llegar a casa, cuéntame al menos una cosa que te haya pasado cada día). Un vez más, tengo que ser concreto y precisar cuál es el cambio que quiero.
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