Bajo la apariencia de desear libertad absoluta, los adolescentes requieren de la atención de los adultos, especialmente la de sus padres. Piensa en algún conocido cuyos padres no le riñen nunca, no tiene hora de volver a casa, no tiene tareas asignadas en casa y no cumple con las del instituto. ¿Qué amistades tiene y qué lugares frecuenta? ¿Cómo crees que es su autoestima? ¿Tiene una vida estable y unos objetivos claros?
Al igual que los niños recogen sus juguetes antes de cenar y los adultos realizamos nuestro trabajo para cobrar a final de mes, los adolescentes necesitan estabilidad, saber qué se espera de ellos, aprender que conseguir cosas viene después de esforzarse. Es decir, necesitan normas.
La eterna oposición
La reacción inicial de la mayoría de adolescentes ante la presentación de una norma es la resistencia. Mostrará su desacuerdo mediante bufidos, ojos en blanco, quizá algún “Te odio”, “¿Por qué? ¿Es que estamos tontos?”, “No pienso hacerlo” o incluso amenazas del tipo “Entonces sí que no haré nadad” o “Me iré de esta casa”.
Algunos adolescentes echan mano de su repertorio más agresivo con amenazas, gritos y portazos, mientras que otros acuden más al chantaje emocional del “No me quieres” y poner cara de cordero degollado. Saben qué funciona mejor con sus padres. El objetivo: incapacitarles, anular su autoridad. Le pasaré por encima o le ablandaré para saltarme la norma.
Estas reacciones no solamente aparecen cuando se le explica la norma, sino también cuando la incumple y se le aplica la consecuencia acordada.
Cómo establecer las normas
Este rechazo de plano a las normas no es tanto a la norma en sí como a su imposición. Algunas reglas les parecen hasta sensatas y lógicas (otras no: “¡No tiene sentido!”, “¿Por qué yo no puedo usar el móvil y tú sí?”) pero no les gusta que sus padres (o profesores) se presenten como autoridad absoluta “porque mando yo”, “esta es mi casa” y “cuando tengas hijos lo entenderás”. Por ello, es conveniente explicar las normas de forma razonada y no impositiva. Es la diferencia entre “Los sábados tienes de tope la una, si llegas más tarde me preocupo y lo paso fatal” y “¡A la una en punto en casa, ni un minuto más tarde, ya está bien de tanto cachondeo!”.
También es beneficioso que participe en la negociación sobre las normas. De esta forma, estará más de acuerdo y tendrá la sensación de que se le escucha y se valora su opinión.
Sin embargo, no todas las normas son negociables. Las normas inamovibles son las que atañen a la seguridad y los valores familiares. En este grupo tenemos los clásicos “No te vayas con desconocidos” o “No tomes drogas”, así como cualquier otra directriz que pretende evitar daño físico, emocional o la muerte. En cuanto a los valores familiares, tampoco se pueden negociar. Existen unos pilares fundamentales en cada familiar que no varían mientras dura la convivencia como, por ejemplo, “No puedes traer a nadie a casa si nosotros no estamos” o “El dinero se pide primero, no se coge sin permiso”.
En un segundo grupo, se encuentran las normas que sí podemos (y es recomendable) pactar con nuestro hijo o hija. Las tareas asignadas en casa, el tiempo de deberes y estudio, el tiempo para el móvil, ordenador, tablet o televisión, la hora de llegada habitual y en casos extraordinarios (cumpleaños, fiesta en casa de un amigo, fin de curso…). Negociar significa llegar a un punto medio, pero la última palabra la tienen los padres.
Las “buenas” normas
Las normas buenas son las que funcionan. La que hace que el adolescente vuelva a casa a una hora razonable sin que te enfurezcas y acabéis gritándoos. Una norma funciona porque es clara y precisa. Ambas partes saben qué quiere decir exactamente y qué ocurrirá si se incumple. No es lo mismo decir “No vuelvas muy tarde” que “Hemos quedado que este sábado vendrás entre la una y la una y media, si llegas más tarde, ya sabes que no podrás salir el sábado siguiente”.
Como padre o madre prepárate para algún que otro bufido y contestación, es su forma de expresar descontento. Sabes que, al igual que con las rabietas cuando era pequeño, es una etapa y trae consigo una serie de comportamientos. Como con los berrinches, respira hondo y sigue con tus cosas, piensa que está en proceso de maduración y tú le das ejemplo de cómo manejar una situación estresante: con calma, pensando cuál es la mejor solución para conseguir una convivencia agradable, equilibrada y saludable.
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