Cada persona vive una vida con su familia, sus amistades, su colegio, su personalidad y sus experiencias, que van forjando unas creencias sobre cómo funciona el mundo y las relaciones con los demás. Como consecuencia, somos más o menos tímidos, miedosos, tenemos mayor predilección por los deportes o las artes, nos gusta la aventura, un buen libro, salir de fiesta… Y, ¿qué nos hace más propensos al enfado? ¿Por qué algunas personas saltan a la mínima mientras que otras son pacientes y asertivas?
Lo que nos hace vulnerables al enfado
Es frecuente que los adultos que se enfadan con facilidad hayan aprendido esta forma de enfrentarse a los problemas de figuras cercanas como, por ejemplo, sus padres o abuelos. Desde pequeños han visto cómo se utilizaban los gritos, las descalificaciones, los portazos, las ironías y demás para “solucionar” conflictos. Lo que va a ocurrir es que este niño aprenderá que esta es la forma habitual de comunicarse y, si no aprende otras formas de comunicación en el futuro (amigos, profesores…) solamente contará en su repertorio con el enfado para hacer frente a conflictos interpersonales.
Sumado a este aprendizaje temprano, se dará otro a lo largo de tiempo: el enfado funciona. Y es que ponerse hecho una furia a menudo tiene como recompensa conseguir lo que uno quiere. Para evitar el conflicto o porque no sabe cómo actuar, la otra persona puede acabar cediendo y nosotros considerar que ha sido un triunfo, que enfadarnos es útil siempre.
Las creencias sobre mí mismo, el mundo y los demás
Hemos aprendido que el enfado es la forma más eficaz de solventar cualquier situación en la que se considera que se ha faltado al respeto o se han traspasado los límites personales. Pero, ¿dónde está la línea que se traspasa? ¿Cuándo se considera algo como una afrenta o como un simple despiste? Como todo, dependerá de quien lo mire.
Las personas que tienden a enfadarse a menudo, poseen un estilo de pensamiento algo rígido. Categorizan los actos de los demás como “bueno” o “malo”, “amigo” o “enemigo”, “normal” o “anormal”, “justo” o “injusto”. No existen los matices, solo dos posiciones separadas por una línea muy marcada: su propio criterio de lo que está bien o mal, de lo que debe ser y lo que no es tolerable.
Si escarbamos un poco, encontraremos en estas personas creencias del tipo “Siempre tengo razón”, “Mi opinión es la válida”, “Alguien que me quiere debe estar siempre de acuerdo conmigo”, “No puedes fiarte de nadie”, “Si alguien no está de acuerdo contigo es que busca problemas”.
El enfado como solución a todo
Enfadarse es útil bajo ciertas circunstancias, pero nunca será la única alternativa para solucionar conflictos interpersonales. Existen muchas formas de reaccionar de forma asertiva más eficaces que el enfado.
¿Te enfadas con frecuencia y no sabes cómo evitarlo? El primer paso para cambiar a una vida más saludable es flexibilizar tu estilo de pensamiento y, luego, aprender otras habilidades sociales para utilizar en lugar del enfado.
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